En River importan las formas. Siempre. Y cuando se habla de formas se apunta a la manera de buscar la victoria, y también a las señales que dejan las derrotas, sobre todo en esos partidos trascendentales y de quiebre que el hincha jamás quiere perder. Los dos Superclásicos del 2024 frente a Boca dejaron un saldo negativo desde los resultados, y también comenzaron a marcar definitivamente el fin de una era.

La última década en los momentos más importantes había sido de ensueño para el mundo River en los clásicos, desde aquel Ramirazo en la Bombonera con Ramón en el banco, pasando por toda la preponderancia que tuvo la presencia de Marcelo Gallardo en la historia reciente y también incluyendo esas dos buenas victorias ante ellos en la era Martín Demichelis. Allí, más allá de los buenos resultados, había posturas que marcaban un camino desde la óptica de ambos lados.

Tanto en el Monumental a fines de febrero como ayer en Córdoba vimos una versión de Boca que ya abandonó los planteos mezquinos y, en consecuencia, dejó de tenerle el respeto bien entendido a River. Dejaron de sentirse inferiores futbolísticamente, y ese envión ayudado por la falta de rumbo y de madurez de River los impulsaron a creerse superiores, y sin dudas a demostrar esa ventaja dentro de la cancha en la mayoría de los aspectos del juego. Sumado a que en el 2-3 en el Kempes incluso se vio a un River que decidió en la mayoría de los pasajes ceder pelota y protagonismo por estrategia, entrando en un juego que no le sienta cómodo hacer y que tampoco estamos acostumbrados a que lo practique frente al clásico rival.

Después de 10 años están por encima nuestro en factores clave como el del carácter, las garantías defensivas, los rendimientos individuales en puestos sensibles (como el de los laterales y los mediocampistas de juego), y también en la toma de decisiones desde el banco de suplentes, donde del lado de Demichelis se ven en su gran mayoría confusas e inentendibles y de la vereda de enfrente más lógicas y claras. Y allí es donde se percibe mucho el estancamiento de River y la evolución del rival en estos tiempos.

La buena noticia dentro de lo malo es que realmente no creo que tengamos potencialmente menos equipo que ellos, y que las diferencias que nos sacan hoy no son ni por asomo del nivel que les sacó River en el último tiempo. Todavía podemos frenar esta tendencia, pero hay que trabajar en consecuencia y el primer paso es la aceptación.

No podemos ser un equipo tan inmaduro para ponernos en ventaja rápido y después dilapidar 75 minutos de un clásico. No podemos regalarles todos los goles como si nada, y demostrar tanta apatía en los momentos límite. No podemos derrumbarnos mentalmente ante cualquier adversidad como la de un gol anulado o un gol recibido antes de un entretiempo. No, no y no. Busquemos un rumbo confiable de una vez por todas, con la certeza firme de saber que no existen los grandes equipos que no se armen de atrás para adelante.

Y sí, que los futbolistas que no hayan estado a la altura en todo este último tiempo a partir de junio busquen nuevos rumbos, y que los que lleguen no solo aporten jerarquía sino también la templanza y el carácter que perdimos con los grandes caudillos que ya no están. Solamente un mercado de pases acorde a las exigencias de los casilleros que nos faltan completar será el hilo de esperanza de cara a poder pelear la Libertadores en serio hasta el final. Porque de esta manera será casi imposible que eso pase.

La pérdida de todos los grandes caudillos, otro factor clave

River hoy tiene grandes líderes positivos, varios de ellos protagonistas del mejor año de nuestras vidas, pero salvo Armani todo el resto está en un presente futbolístico devaluado. Pero los verdaderos caudillos son los que terminan imponiendo el gran respeto en los rivales, en los árbitros y en la ascendencia del vestuario. Ahí es donde todavía no pudimos reemplazar a los Maidana, Ponzio o Enzo Pérez.

Momento de hacer mucha autocrítica, de asumir los errores y de barajar muchas de las cartas para empezar a dar de nuevo. No podemos permitirnos ser menos que Boca cuando tenemos muchas de las herramientas para no serlo. Que en junio se tomen todas las decisiones que se crean convenientes y que a partir del miércoles en Paraguay veamos a un equipo verdaderamente tocado en su orgullo, y reaccionando a la altura de la camiseta que llevan puesta. Los márgenes de error y la paciencia ya se acabaron.